En tiempos de hipertexto y virtualidad, reflexioné sobre las cartas de (des)amor que he recibido a lo largo de mi vida. Las últimas que recuerdo me las escribieron mis amigos para mis dos últimos cumpleaños.
Recuerdo otra desordenada y desesperada del año pasado, y recuerdo una de hace 4 años que aun conservo en el primer cajón: era cortita como de 10 palabras, pero hermosa y profunda. Recuerdo más difusamente las decenas que recibí durante mi juventud.
Así me puse a pensar, hace cuánto cada uno de ustedes no recibe o escribe una carta de amor o desamor. Digo, una carta que al menos no se enchastre demasiado en la vorágine de las redes sociovirtuales y no sea un mensaje pseudo público y vanalizado, sino algo tangible tocable, olible, arrugable, y manchable de lágrimas de dolor o de emoción.
En la búsqueda, dentro de mi mente, me topé con unas líneas que aquí les dejo:
Viajé dos días, Tomé dos aviones,
dos ómnibus,
bajé un ascensor,
subí un barco
y trepé una van.
Recorrí caminos,
hablé con gente en raros idiomas
caminé playas desiertas, de arenas blancas
y tormentosas aguas.
Revisé cada una,
cada botella
de cada orilla,
en cada playa,
entre cocos y basura
Las tomé una a una,
escudriñé en sus interiores.
descorché y destapé cada una,
buscando y rebuscando,
una carta…
que jamás encontré.
Salvador, julio de 2013.-
1 comentario
Adita · 20 de julio de 2013 a las 15:54
Querido Lupa
Soy de las afortunadas. Recibí una carta de amor el 11 de setiembre de 2011, en papel, con sus bordes quemados por el fuego simulando ser un pergamino antiguo, con hojitas de eucalipto blanco (el más perfumado) y flores de lavanda en su interior. Esa carta me cambió la vida. Tengo esa letra grabada debajo de la piel, y aunque te parezca mentira, lo que digo no es en sentido figurado… Gracias por recordar la belleza de las cartas que se pueden tocar y que te llegan al alma.
Un abrazo.
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