Este relato fue escrito en 2004.

Volvíamos con mis primos y mi hermana del cumpleaños triple de Gustavo, Carmela y Gonzalo. Estábamos en Solymar y veníamos caminando hacia Avda Italia para tomar el ómnibus a Montevideo. Estaban Gustavo, Gimena, Carmela y Gastón, Lucía, Titi, Joanna y quien escribe. Tranquilamente conversando y payaseando cuando de repente aparecen tres muchachos, uno de los cuales me pecha, a lo que miramos un poco raro pero seguimos caminando toditos juntos.

De pronto, Gimena siente una pedrada en la cabeza y listo, eso fue la debacle. Yo agarré una piedra y fui siguiendo a mi primo a buscar al responsable de semejante atrocidad. En el camino encontré a uno y le pregunté ¿quien carajo tiró la piedra? y de reojo ya veía la golpiza que había comenzado. Creo que le pegué una patada a alguno que había por ahí, pero me puse a conversar con uno que estaba tan duro que le era imposible razonar que uno más uno sean dos. Pero a esa altura ya tres era igual a cinco o seis, ya que desde atrás de los arbustos surgían más de estos muchachos.

Después veo a mi primo Gustavo con otro arriba de él y a Luis que se arrima a separarlos. Justo yo ando cerca con este otro pibe e intento separar pero algo como un enorme cuerpo se me tira arriba y me empieza a golpear. Recibí unos cuantos golpes de este garronero amigo que se quejaba de patoterismo de que estábamos pegando de a dos y cosas así. Cabe recordar que ellos eran a esa altura, entre 6 y 8 varones grandes y nosotros apenas 4 y 5 chicas. Mientras él me intentaba golpear y acertaba varios, yo siempre precavido, le coloqué entre tres y cuatro golpes con una gran piedra que tenía en mi mano derecha. La sangre le empezó a brotar y así fui que quedé con las manos ensangrentadas.

Mucha impresión me dio cada golpe acertado, pues sentía el sonido de su piel desgarrarse, habría que aclarar que nunca le pegué de esa forma a alguien, pero la situación a esa altura lo ameritaba. Era defensa propia. La primera piedra vino de ellos y contra una chica.

Mi hermana intervino, tirándose arriba de este desubicado y sangrante muchacho y acosándolo en el piso, y yo a esa altura estaba demasiado nervioso y golpeado para entender algo. Entretanto había dos o tres focos más de trifulca que no podía entender y me puse más nervioso cuando perdí de vista a mi hermanita.

Con la mano ensangrentada y lastimada por la propia piedra y con la piedra aun en la mano proseguí camino junto a algunos procurando ya que todos siguiéramos viaje.

Entre idas y vueltas veo venir al sangrante muchacho con dos enormes piedras a intentar golpearme, pero su propia destriudez y la intervención de Joa y algunos más que no pude ver bien, lograron que semejantes rocas no dieran en destino alguno.

Ellos se pusieron más nerviosos, ya que tenían vodka para seguir tomando y cocaína pues se le pudo ver hasta el hilito blanco colgando de la nariz a uno. Otros hacían las típicas muecas y respiración merquera. Decía que se pusieron más nerviosos al ver a uno sangrar y nos empezaron a correr. A esa altura estoy seguro que eran ocho.

Ya no sabíamos a donde correr así que decidimos resguardarnos en un almacén con rejas que en realidad nos dejaba super expuestos, pero con la espalda cubierta y la posibilidad de llamar a la policía. El dueño se negaba a llamar y decía que él mismo solucionaba el problema hablando. Pero la cocaína y la sangre son una mezcla muy peligrosa y en cuestión de segundos estábamos asediados por piedras, botellas, piñas y patadas.

Los que peor se la llevaron en ese momento fueron Gustavo y Gastón que eran los que más aguantaban el asedio. Pero Joa recibió dos certeros golpes de puño en plena cara que la desacataron y tuvo que ser anulada por quien escribe, pues sino no sé en qué hubiéramos terminado.

Decía entonces que una botella rompió entre nosotros aunque no logró cortar a nadie y una pedrada dio en el rostro de Gustavo, siendo este nuestro peor lastimado. Carmela y Gimena recibieron pedradas en sus cabezas y quien escribe algunas piñas. El resto ilesos.

El asedio duró unos 15 minutos –hasta que llegó la policía– pero que para nosotros fueron horas; sobre todo debido a la inferioridad numérica y física en la que nos encontrábamos. A esa altura ya habían llegado dos motitos escúter con dos o tres patoteros más que a esa altura eran como 10.

Menos mal que habían un par decididos a separar y a que esto no terminara aun peor. Por ejemplo había uno con una botella de vodka que siempre dijo que no la iba a tirar y estaba muy centrado y separando. Los intentos de separación y la proximidad de la policía hizo que semejantes cobardes patoteros finalmente se fueran yendo de a uno.

La policía dijo: o se van en dos minutos o los llevamos a todos. Ya se sabe que discutir con un policía es tan inútil como intentar hablar con un adoquín así que nos tuvimos que ir, paranoicamente caminando varias cuadras por su propio territorio hasta lograr tomar un ómnibus.
Por suerte todo quedó allí.

¿Que nos quedó? El sabor amargo de pegarle a nuestros iguales, sin ningún motivo más que defendernos de su propia estupidez. Pegar por pegar –en el caso de ellos– y entre jóvenes que seguramente teníamos más en común que diferencias.

También nos quedó el sabor a derrota, pero con dignidad. Éramos menos y más débiles, pero no agachamos la cabeza hasta que no hubo más remedio que retroceder y aguantar, y luego huir. Pero sepan que no nos van a golpear y nos vamos a quedar callados.

Categorías: Delirio

0 comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *