La siesta, mis pies sucios, las milanesas, los ravioles, el cajón peruano, el asado, el Falcon, el pollo y los higos en almíbar, pero sobre todo el corazón abierto de par en par. Como decía Zitarrosa, las puertas y las ventanas de todas las casas abiertas para siempre. ¿Cómo hacer para no sentirse en casa?

El nido rengo, pues tres de los polluelos volaron a la gran ciudad y se nota en la mirada melancólica de Mirta. Carlitos es el más petinto de todos, papi papito. La rubia es la que me hace suspirar, aunque debe costarles entender, supongo que lo mismo que a mi me cuesta.

La ternura y la magia son hereditarias y lo acabo de comprobar. De dos semejantes personajes, de los Giglio-Petinto, han salido semejantes astillas; de tal palo. Y de allí la rusita y toda su luz.

La vida no siempre es tan justa y es imposible armar un barrio con toda la gente que uno quiere, entonces tiene que salir a recorrer países y lugares. En este caso daría lo que fuera por abrir la puerta de casa, agarrar una bici y salir comer un asadito con los Giglio, o por abrir la heladera y encontrar los higos en almíbar y los licores tan caseros.

También tuve la intención de dejarles una carta de puño y letra, que es mucho más cálida, pero a veces hay que dejar de escribir para poder vivir y más aun cuanto más intenso se vive. Tanto como estos cuatro días en esa hermosa ciudad que clama NO. ¿Qué parte del no es la que no entendemos?

Abrazos fraternales y uruguayos,
Lupa – Gualeguaychú, 29 de enero de 2007

Categorías: Delirio

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