(parte 2 de 2)
Asunción es una ciudad desgarbada, como ya mencioné. Desgarbada, desordenada, caótica, de calles rotas y sucias, con ómnibus de cualquier tipo y color, todos rotosos que paran en cualquier lado, con un tránsito muy desordenado. En palabras de una paraguaya, «acá nadie respeta nada», refiriéndose al tránsito y a la organización en general.
Ya en el centro en los alrededores de la plaza de la democracia, la ciudad se ve un poco más bonita, con algunos jardines y faroles coloniales, pero yendo para el lado del río, aparecen nuevamente las casas de techos de chapa y la carencia en general, que me hizo acordar mucho a Belén do Pará, o a cualquier barrio pobre de ciudad Americana.
Pude visitar el barrio de Chacarita, casi sin querer, me encontré con un festival callejero y colorido. Al barrio se entra por unas callecitas muy pequeñas que descienden caóticamente por la loma y se pierden en el río. En el festival se podía bailar danzas tradicionales al son de la música local, y todo coronado por muchos banderines de colores que volvían hermosos aquellos precarios caseríos.
El festival terminó y la gente fue juntando todo, guardando la poca comida que sobró de las ventas y cada uno fue volviendo a su casa, a su lugar. Muy cerca había una enorme terraza desde donde se puede ver el barrio entero: el río y las decenas de casitas humildes, niños corriendo y jugando, y todo lleno de banderines de colores.
Un chancho come basura entre los escombros. Ahí parado, mirando toda aquella belleza humana y tristeza material, pensaba en el agua, en su casi segura contaminación; pensaba en la lluvia y los techos, pensaba en las tremendas desigualdades; una amiga me comentaba sobre la gente con la que trabajaba. Ellos estaban muy preocupados por contratar o no a la cuarta mucama. En fin. Detrás de mi, en una enorme mesa familiar se festejaba el cumpleaños de un señor, con música y cantos. Festejo tras festejo me viene a la cabeza la frase de Guzmán: «este es un pueblo muy alegre».
Pero la vida se nota dura. Muchos niños trabajando, muchos ambulantes: al ómnibus se suben de todas las edades, vendiendo cualquier cosa: desde revistas hasta aceite comestible. Al igual que en Centroamérica, proliferan esas ferias desordenadas donde puede encontrarse cualquier cosa, y en las que la gente se busca la vida. Sin embargo no sentí miedo aquí. Estuve en las calles, de día y de noche, incluso tarde en la noche y no sentí miedo ni inseguridad. Además no presencié ningún episodio lamentable entre dos personas.
Las caras guaraníes guardan cierta tristeza y seriedad, que se me representaban como el horror de la masacre de la triple alianza. Cuesta mucho no sentirse mal, estando en un lugar tan duro, sabiendo que fue una potencia arrasada por el servilismo y fascismo de un conjunto de infames gobernantes y una serie de cómplices sincerebro.
Uno podría irse con esa impresión de este país, como le ha pasado a muchos de los gurises que viajan conmigo. Sin embargo los cuaraníes son muy receptivos a cualquier acercamiento, incluso son ellos los que a veces comienzan un diálogo. Y allí todo cambia: alegría, simpatía, preocupación desinteresada, son todas sensaciones recogidas en mis variados encuentros con la población locataria. Preocupación por ayudarte a encontrar lo que buscas, por ayudar a alguien más, por solucionar un problema. Aquí todo fluye; está claro que hay algunos malhumorados o miedosos o apáticos, pero lo bueno de los otros, opaca lo malo de estos. Creo que son la amabilidad hecha personas.
En el campamento también estaban los guaraníes; estaba John Peter y Aníbal, dos personajes increíbles, alucinados con la grappa y tan solidarios y cariños; estaba Anita, Andres y el resto de los compañeros de trabajo social, que trabajaron duro durante el foro. Incluso trabajando fuera, venían más tarde a dar una mano y compartir un momento con tanta gente de otros pueblos y otros lugares, a compartir un caluroso fogón. El mismo fogón que la otra noche nos encontró cantando canciones del más variado tipo, desde Charly García, hasta un pericón y la historia cantada del barrio Chacarita.
Quedaría mucho por escribir, pero cosas que nadie leería, por lo que relataré algo de…
Aquella primer noche en el campamento de la juventud – Miércoles 11 de agosto
Aun con un litro y algo de grappa, el grupete de ovejas descarriedas decidió comprar implementos para hacer caipiriña. Así fue que se compraron un par de litros de caña (pensando que era paraguaya), azúcar, limones y hielo. Más tarde John Peter y Aníbal se reían de nosotros por eso.
Se armó la ronda de caipiriña y grappa y salimos a dar un paseo y a encontrar la fiesta. Fuimos encontrándonos con gente en las dos grandes carpas que estaban armadas y probando diferentes bebidas locales. Conocimos ahí la caña paraguaya y supimos del mate cocido y su forma de preparación con brasas y azúcar. Las bebidas comenzaron a rondar hasta que sentimos la necesidad de bailar. Apareció un equipo de amplificación pero nada más, por lo que tuvimos que improvisar, utilizando una computadora y un micrófono colocado bien cerca de su parlante. La poca música enseguida comenzó a crecer, con algunos ritmos locales y otras muy variadas cosas que hicieron que el baile se extendiera casi hasta las 3 de la mañana. La verdad fue una de esas fiestas mágicas.
Al siguiente día, mucha gente nos saludaba. Sin querer habíamos hecho muchos nuevos y buenos amigos. Lamento ahora no recordar los nombres de todos, pero aquella noche quedará siempre guardada en nuestros corazones. Como si esto fuera poco, comenzamos a emprender la retirada hacia las carpas, pero entonando algo de nuestros propios ritmos murgueros. Esto provocó que captáramos la atención de algunos vecinos colombianos que comenzaron a danzar y cantar con nosotros en un hecho insólito que derivó en un largo rato de ritmos con todo el calor y color de Colombia. Luego siguieron danzas y bailes, hasta como las 5 de la mañana.
Como decía, una noche de esas que deberían repetirse alguna vez. Como todo en la vida no es farra.. terminamos con un relato duro …
El día del niño en Paraguay
El día que nos volvimos se conmemoró en Paraguay el día del niño, que a diferencia de los otros días del niño, este, es un día fijo. Es siempre el 16 de agosto, pero ¿por qué?
Es que se cumple fecha de la «Batalla de Acosta Í‘u», la última gran batalla de la nefasta Guerra de la Triple Alianza. En ella pelearon 500 veteranos y más de 3.000 niños (!), defendiendo una de los últimos bastiones paraguayos ante 20.000 soldados brasileros y argentinos. Por más que los locales ofrecieron fuerte resistencia, el resultado fue una masacre y de los muertos, la mayoría eran niños.
Por esto entonces, en Paraguay el día del niño no es solamente un día comercial más.