Un domingo en Montevideo

No suelo entrar en estas disquisiciones, en estos medios electrónicos, pero me gustaría dejar aquí plasmado el domingo que viví ayer, un domingo como cualquier otro en Montevideo.

Arrancó temprano en la mañana, con una falsa alarma en el trabajo de mi viejo que me hizo recorrer unas cuadras de la ciudad a esa hora en que los restos de la noche y algunos zombies aún deambulan por allí. Por suerte no fue nada y pude dormir una siestita hasta el mediodía, justo para ir con mi amigo Antonio a la Feria de Tristán Narvaja (uno de los mercados callejeros más grandes del país).

Antes, nos dimos un paseo por la Feria del Libro Independiente y Alternativo que justo estaba ocurriendo en el Callejón de la Universidad y luego sí, nos adentramos en ese mar de hormiguitas que recorre sin sentido los puestos de la feria y varias calles a la redonda. Disfrutamos como siempre –aunque sin mate– de la diversidad, de los aromas, de las rarezas de la feria. Compramos algo de queso y longaniza en aquel puesto donde Manuela, Viviana y alguna otra amiga deleitaba su mirada con el vasco de nariz afilada.

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