Humilde aporte a los compañeros que estudian la cultura plancha

Este breve relato refiere a hechos sucedidos el sábado 4 de noviembre de 2006

Por circunstancias que no vale la pena aclarar aquí, resulté detenido y dos conocidas que miraban mi detención sufrieron el mismo destino. Fuimos conducidos con prepotente pero no violento trato a la seccional 5a. Según pude escuchar, éramos código 70.
Luego de revisarnos, de cacharnos y de retenernos todas las pertenencias, incluidos cinturón y cordones, fuimos conducidos al calabozo. Las chicas a uno, yo a otro. Entre los mismos no había comunicación visual, mas sí auditiva.


Yo había escuchado que el único preso que había era un tal «salteño». Cuando entré al calabozo estaba el salteño durmiendo allí, sobre el banco de hormigón con un poncho en medio de aquél olor nauseabundo a mierda y orín -debido al baño del calabozo.
Enseguida nomás se levantó y lentamente comenzó a interactuar conmigo. Empezó a decir muchas cosas que no entendía y cuando vi sus ojos rojos supuse que una posibilidad era que estuviera invadido de pasta base. Se reía y decía incoherencias y yo le mencioné a Daniel para ver si por ahí enganchaba una movida, primero porque Daniel es educador y segundo porque es salteño.
El salteño decía tener unos 33 años. Me empezó a contar cosas de Salto, de los boliches y de los robos; me nombraba cosas como si yo las conociera, pero yo trataba de aclararle que no. Allí fue que me dijo que era chorro desde los 13 años y que robaba cuando tomaba. Que si yo estaba con él, y él tomaba, que me tenía que cuidar.
De pronto daba unos golpes con los puños en la pared, tenía casi el comportamiento de una fiera encerrada; por suerte yo no era su objeto de odio sino uno de los policías que le había hecho tremenda marca en el cuello; a cada rato me la mostraba.
Le pregunté por qué había caído y me dijo que porque un cuidacoches lo buchoneó, y ahí sí que se ponía violento, pero enseguida se calmaba.
Aparece un policía con mi acreditación y con cara de susto a ver si yo era periodista. Le digo que sí y al ver mi acreditación el salteño asiente y dice que también hay de eso en Brasil. Creo que le embocó de pura suerte. Al rato vuelven a venir a ver qué declaraba, a lo que le dije que solo una bandera. Me dicen que en un rato estaré afuera.
«Pero vos -le dicen- vos vas a juez y por agresión». Viene allí una discusión entre el policía que también declara ser de Salto y que lo acusa de enchastrar al departamento robando por ahí. «Pero yo no lo robé», decía, ante la sonrisa del policía. «Hoy te quedás adentro». Las amenazas eran constantes. Cuando él golpeaba contra las rejas lo mandaban callar e incluso venían a mirarlo inquisidoramente.
En realidad había tres policías en este cuento: este de recién, luego el moreno que le había hecho las marcas -el peor enemigo- y luego el bueno, que aparecerá al final del relato.
Le pregunto cuantas comisarías le faltaban por conocer: «mm.. la 17, .. la 13. Creo que ninguna más». Y luego comenzamos a hablar de las cárceles, y le digo «el Comcar está salado». Me dice, «..salado… Libertad está salado». De todas formas él había estado en Comcar en el pabellón 1 que es el de los milicos y las travestis. «Lamentablemente» era familiar de militar, por eso al final lo mandaron allí. «Enseguida que entrás te quieren dar».
Luego me comentó que lo que más le gustaba era practicar sexo anal con las hijas de los policías -por supuesto no con este lenguaje- para que luego ellas le dijeran hice esto con tal.
Luego yo me puse a cantar fuerte «La hierba de los caminos» y a gritar que estaba incomunicado y que quería un abogado. Obvio que no me iban a dar bola, pero sabía que había otro detenido ahí cerca que estaba por salir y pudiera avisar a alguien que estábamos presos. Enseguida el amigo salteño me dice: «esa es una canción tupamara, no?». Le tuve que decir que sí. Y me empezó a contar que tenía un tío tupamaro que lo habían matado, al final no entendí bien quiénes.
Me contó de su familia y me dijo que tenia como 8 hermanos, 2 en Estados Unidos, una hermana en Buenos Aires y una hermana abogada y nosecuanto más. Que él podía tener otra vida pero esa vida le gustaba. Recordemos que seguía con los ojitos rojos y por momento se hacía muy difícil entenderlo.
Me mostró sus pinchazos y los simbolismos que tienen. Los tres picos, son los tres planchas y en el medio va un policía; y ahí lo matan a palos. Claro que a la policía le inventan nosequé historia, me explicó, pero en realidad es eso.
Sobre su apariencia no la recuerdo del todo bien. Recuerdo mucho su sonrisa, recuerdo que se quitó una remera que me parecía de fútbol pero muy sucia. Llevaba vaqueros viejos y no llevaba gorro. No recuerdo su calzado, pero me suena que eran championes viejos y sin marca.
Empezamos a interactuar con las chicas de la otra celda y me pregunta sus nombres. Pero ellas me dicen que no. Así que le dije que le pusiera nombres. A una le puso Cecilia. Cecilia hablaba con él y se ponía como un tigre por momentos. Y se reía. Yo intentaba explicarle mis intensiones con Cecilia, pero tampoco me molestaba jugar en esos términos.
Yo volvía a cantar y a gritar por el abogado y a silbar alguna canción y fue allí que empezó a recitar un largo poema de amor. Lo sabía casi todo; se había olvidado de algunas estrofas nomás. Yo tuve la intención de aprendérmelo, pero no me dio el tiempo.
Cuando venían los policías a provocarlo, él engranaba, pero les decía: «yo ya sé que cuando me detienen y me meten el peso yo no tengo que reaccionar, me pegan y los dejo, como este negro que me dejó la marca. Porque un abogado me dijo que si reacciono después me meten pa dentro».
Le pregunté donde vivía y me dijo que estaba en la calle; luego al insistirle me dijo que se había venido a los 17 porque le gustaba Montevideo y que se acababa de separar de su mujer. Y cada tanto le daban los arranques y volvía a patear la reja, escupía o golpeaba la pared, pero la verdad ya a esa altura no me sentía para nada intimidado. Yo pensaba en cuanto saliera, que iban a ser horas, y él iba a pasar la noche allí o en central o en Comcar. O si salía, saldría a la miseria, que es otro lugar de los que no se puede salir.
En cierto momento se interesa un poco más en mí y me pregunta por qué me metieron, le explico que tiene que ver con la Cumbre y me dice que nosotros estamos equivocados. Me dice «¿ustedes están en contra de Bush?. Ustedes lo que tienen que hacer es agarrar un poco de nafta y .. «. Y ahí hace toda una actuación en que alguien rodea con nafta todo un lugar y luego con disimulo se va yendo mientras arroja un fósforo. Se reía mucho, y decía que estábamos equivocados, que debíamos hacer eso.
Por un hecho insólito, la jueza nos da enseguida la salida a los 4. A nosotros 3 y a él. Él sale primero porque tiene menos pertenencias y más práctica con los cordones, y a los de fuera -que ya nos esperaban y reclamaban por nosotros- les dice: ustedes están equivocados y les propone el otro método. Finalmente el amigo salteño se retira entreverado entre los abrazos de todos y cuando se va dice bajito, pero no tanto: «me encerraron por una pavada, pero ahora sí se la voy a dar a ese y van a tener buena razón para encerrarme.

La vida dio sus vueltas y esa misma noche nos encontrábamos con la otra detenida, pongámosle Cecilia, tomando algo rico en el Parque Rodó. Vemos pasar un patrullero y nos reímos. Eran como las 12.
De pronto se acercan dos planchas, estos sí con gorritos y colores y ropa de marca y no tendrían más de 20 años. Allí mismo nos dicen «¡un cigarro!». Yo con cierto movimiento brusco e instintivo me levanto de al lado de mi compañera y avanzo y les digo: «no fumamos».
– Bo… no te calentés, no te persigas que no te vamos a robar. ¡Dame un cigarro!
– Ya te dije que no fumamos y no tenemos -mientras metía mi mano para buscar monedas
– Ah no?.. bueno.. dame toda la guita o te mato
– No no… pará, no me vas a robar a mí, que estuve hoy con «el salteño».
– ¿El salteño? ¿el canario?
– Yo que sé, yo lo conozco por el salteño. Estuve ahí en la 5a encerrado con él hoy. Estuve ahí en el calabozo…

(una leve discusión entre ellos)
– Bo, ta bien, perdoná, no sabíamos….no sabíamos…
Y así se fueron. Cecilia me mira y me dice «te amo». Y yo le digo «abrazame que estoy temblando». Y con ese abrazo terminó esta historia de planchas, policías y amor. Es la primera vez que le temo más a un plancha que a un policía.

Categorías: Delirio

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